martes, 28 de agosto de 2018

Epílogo




A veces lo único que hay que hacer es dejarse llevar por las olas.
Solo ama y vive.
El océano me había enseñado a ser libre.
La tierra eran ataduras.
-¿Cómo te sientes?- oí su voz a mi oído. Gruesa, profunda, y muy suave.
Sus brazos alrededor de mí, era como si nada malo pudiera pasarme mientras estábamos así.
-Gabriel ¿Por qué me preguntas tanto eso?-
De repente parecía callado, pero yo lo animaba con otro suave beso en sus labios.
No hablábamos con palabras, lo que habíamos vivido en las últimas noches. Él nunca hablaba de eso con palabras.
Eso solo se vivía, y sé que él estuvo esperando por mí por diez años, y yo esperando por él toda mi vida.

Eso solo se vivía, y sé que él estuvo esperando por mí por diez años, y yo esperando por él toda mi vida     
Sabía que abrirse tanto no era cosa que se le daba con facilidad. Gabriel era de pocas palabras, y más en momentos vulnerables.
Pero ahí sobre su pecho colgaba siempre la medalla que le había regalado, y que atesoraba como miles de botines juntos.
Él estaba aprendiendo otra vez a no temer a abrirse y a demostrar sus sentimientos.
A no temer ni desconfiar que todo en el estaba contra él.
Entonces ahí estaba esa discreta sonrisa, ese efecto que causaba mi beso sobre sus labios...
-Por que hay veces en que todavía no sé cómo pudiste ver más de lo que yo podía verme a mí mismo. Siendo yo esto... Y me da miedo que un día recapacites... Temo tanto perderte, que yo no sepa tratar este regalo divino que eres...-
Mis labios silenciaron los suyos, que albergaban aún angustia.
-Yo no tengo nada que recapacitar. Estuve toda mi vida esperando por ti. Y le doy gracias a Dios todos los días por ti, porque llegaste tú, un temido pirata, y me hizo conocer el amor. En esa playa yo te vi, desde antes de darme cuenta que lo hacía. Por eso te amo. Y porque tú me veías a mí-
-Eres asombrosa, Perla...bueno señora Della Rovere- dice con gracia y lo que eso significaba nos hacía estremecer a los dos.
-Ya eso está más que consumado-  dije atrevidamente y lo hice reír:
-Explícame eso, no sé de que hablas-
Seguíamos así, él apretado contra mi espalda, me rodeaban sus brazos y teníamos delante de nosotros el azul del océano, esparciendo su magia, y tan inmenso que cualquier problema humano solo era un pequeño grano de arena en un desierto.
Y nada nos saciaba.
-¡Ja! ¡No sabes! ¿No? ¿Qué no te preocupas sino de confirmar y confirmar y confirmar y confirmar?-
-Por el amor de Diosito, mujer- bromeaba entre risas.
-Lo siento- mentía- Culpo al mar por causar estos efectos-
-¿Qué efectos?- alzó las cejas con una mirada perversa, traviesamente perversa.
-Malvado, tú lo sabes muy bien. No me harás decirlo con palabras- me sonrojé como una niña.
Y conocía lo mucho que le gustaba hacerme sonrojar así.
Otro beso, para darle su merecido.
-Nunca imaginé que encontraría algo así en un forajido- me gustaba llamarlo así. "Mi forajido" Era tan cursi todo, que nos causaba gracia. Pero él siempre decía, que un demonio nos protegía y que podíamos ser todo lo cursi que se nos diera la gana -Pero Dios nos presenta las cosas de las maneras más inesperadas-
Sí, habían demasiadas cosas merodeando por cada rincón del galeón. Todavía temía encontrarme con alguna sombra, en algún momento, en alguna noche.
Yo sé que el pasado de Gabriel no se borraría. Pero había un futuro limpio y nuevo, y solo eso importaba.
Porque cuando se tiene a alguien al lado, cuando se son dos, juntos el uno para el otro, ni el diablo asustaba tanto.
Era el poder del amor que casi nadie puede ver porque no todos llegaban a vivirlo.
Y eso valía tanto la pena como para abandonarlo todo en un puerto.
-Yo nunca olvidaré, Marianne, todo lo que haces por mí. Te di mi palabra y eso está atado a mi vida. Ya no hay nada que este barco haga que no sea de tu agrado. Tú nos guías. Ya no hay Montenegro, ya no hay venganza negra-
Sabía que era un hombre de palabras.
Ocultaba mis lágrimas porque Gabriel no las soportaba, no soportaba ninguna señal que le hiciera temer que me había hecho daño. Aunque fueran lágrimas de emoción y no de dolor.
-Lo sé, mi amor. Y yo estoy contigo ahora, estoy de tu lado, para apoyarte-
Tampoco había desaparecido Montenegro. Ese hombre era otra sombra sobre nosotros.
Pero no era de importancia ahora. Todo era como recuerdos que flotaban, intangibles y etéreos.
En el mar, la realidad solo era lo que se construía en un barco. Eso había aprendido en mis ochos meses de cautiverio.
No existía un más allá.
Aquello era lo que hacía la vida del pirata algo tan codiciado.

Aquello era lo que hacía la vida del pirata algo tan codiciado     
    

Capítulo XLIV- De regreso al mar

Reina Pirata
15/4/14
Y no regresé más al convento ni a tierra.
Mi vida estaba junto a él y su mundo, en el Venganza Negra.
Me convertí en una brava pirata, respetada y amada por todos pero en especial por Gabriel. El destino hizo que nos encontráramos porque éramos dos almas que necesitaban unirse.
Y me convertí en otra mujer, una tan hermosa que las monjas no me reconocerían si me vieran.
Nadie me reconocería si algún día volvía a San Isidro.
Lo deslumbraba a él, que me había amado cuando nadie más se fijaba en mí, y me había amado desde que llevaba sólo un hábito austero y rostro maltratado, ya demasiado mayor para merecerlo.
Y los hombres me deseaban, me llamaban la Reina Pirata aunque procurábamos mantenernos lejos del conocimiento humano.
Era la mujer del temible Capitán Pirata y algunos decían que la Reina Pirata era más temible que el mismo Capitán.
Eso aprendí en mi viaje en el Venganza Negra, aprendí a superar mis demonios y a enfrentar al mundo.
¿Y él?
Yo sabía que nuestro camino no estaría lleno de obstáculos. Ni que estaría libre de todas las ataduras que acompañaban al Capitán.
Pero juntos todo era fácil de enfrentar.
Nos casamos en Cuba. Él como un caballero cuyo pasado nadie se imaginaba, solo era Gabriel Murad Della Rovere.
Y yo, Marianne Murad Della Rovere.

Lo que había frente a mí era el océano desconocido y un largo camino que se extendía, inexplorado e increíblemente fascinate
Lo que había frente a mí era el océano desconocido y un largo camino que se extendía, inexplorado e increíblemente fascinate.

Capítulo XLIII - Historias de piratas

-¡Madre, Madre!- Josefina irrumpía en la capilla a pocos minutos de comenzar la primera misa del día.
La Madre Superiora reacciona algo molesta.
-¿Qué sucede muchacha imprudente?- dice la mujer, y como si no la hubiera escuchara, continúa colocando flores frescas a la Virgen.
-Es que Marianne no está. Fui a buscarla y... Tiene que venir a ver-
La Madre dejó enseguida su tarea, pero sin mostrar nada de sorpresa.
Las monjas llegaban y se sentaban en sus acostumbrados lugares, mientras ambas mujeres cruzaban el pasillo directo a las escaleras.
La celda cuya ventana daba al horizonte marino, se encontraba pulcro y ordenado aquella mañana de domingo. La cama hecha pues nadie había dormido en ella, el hábito colgado en el closet como era costumbre, las velas apagadas y el escritorio limpio y sin nada encima.
La Madre Superiora recorría la celda mientras Josefina le decía angustiada:
-Madre ¿Qué hacemos?? ¡Algo ocurrió con Marianne!-
-Ella se fue, hija mía. Mira, se llevó sus cosas-
Josefina se quedó perpleja. Pero era verdad lo que decía la Madre,  eea obvio que la celda había sido acomodada por alguien que se iba a marchar, y las cosas de Marianne no estaban. Excepto que había dejado los hábitos.
-Pero pero... ¿Se fue? ¿Cómo, cuándo?-
-Pues parece que se salía por la ventana-
Josefina se asoma y ve que habían barriles de vino acomodados junto a la pared justo abajo de aquella ventana.
-Pero... Madre ¿Iba Marianne a salir por ventanas como si fuera...?-
"¿Una pirata?"
Aquello no se dijo pero ambas lo pensaron.
-Ella nunca fue la misma desde que llegó de esa aventura- comentó la Madre.
No le gustaba reconocerlo pero sabía que aquello tenía que ocurrir.
-Solo espero que sea feliz- fue lo que dijo y se dispuso a marcharse a continuar con su día.
Josefina se quedó en cuarto desconcertada por las palabras de la Madre Superiora, luego comprendió todo y la siguió, cerrando la puerta de la celda tras de sí.
---*---*---*---
En el pueblo las cosas estaban muy agitadas últimamente, desde que el rumor de la presencia de piratas empezó a circular como fuego emparcido en paja.
La guardia al fin hacía acto de presencia en la posada Don Pedro esa misma mañana de domingo, e interrogaba al viejo posadero que allí no soltaba su rosario.
Por supuesto que aquel era el hombre responsable de tanta agitación.
-¿Está usted seguro de lo que dice? Aquí comerciamos con muchos extranjeros-
-Señor, esto salta a la vista- decía atemorizado el viejo- Cuando uno de esos demonios se aparece en frente de uno-
-Usted afirma que hospedó aquí a un pirata-
-Eran varios, señor. Y al principio no tenía seguridad. Se quedaron muy poco tiempo...-
-¿Y dice que no sabe cuándo se marcharon?-
-No señor. Solo hoy, que subía a hacer una ronda rutinaria por los cuartos. Veo que el de aquel hombre estaba vacío, que se había marchado-
-¿Cómo era?-
-Muy alto, señor, y fuerte, con un rostro terrible. La maldad en aquellos ojos. Pero sus ropas no eran cualquier cosa. Seguramente tiene mucho dinero, de sus botines. Sí, era un tipo italiano tal vez-
-No, no era italiano- intervenía otro que acompañaba al posadero -Ese hombre es de otras tierras-
-¿Y los otros hombres?- la guardia evitaba tantos rodeos.
-Estaban aquí vigilando todo el tiempo-
-¿Y dónde se quedaban?-
-No lo sé... Yo me atrevo a decir que tenían un barco-
-Entonces también hubo un barco merodeando nuestra costa-
-Tal vez ¿Cómo saberlo? Con tantos barcos en esta costa- intervenía el hombre que estaba con el posadero.
Los guardias suspiraron con cansancio:
-Hay que empezar una pesquisa en el muelle- dijo aburrido uno de los guardias- y en los alrededores también-
-También estuvo en la taberna- habló al otro hombre -Yo lo vi allí, al extranjero, al pirata-
-¿Cuándo?-
-Hace dos noches. Y lo acompañaba una mujer pirata-
Los guardias se rieron.
-Vaya una mujer pirata también-
-Sí señor, estoy seguro que era una mujer-
-Eso asusta mucho más- el posadero se santiguaba.
Los guardias debían ponerse en marcha, la gente estaba alborotada, que incluso podrían comenzar una cacería de brujas.
Los barcos saldrían a buscar a un fantasma, una vez más.

Capítulo XLII - La medalla



Y ella se marchó, desapareciendo en la noche antes de que él reaccionara.

-Señor-
Se percató que tanto Morgan como Rodrigo de las Casas esperaban expectantes.
-Señor ¿Dejará que se vaya sola?- repetía Morgan, porque él no contestaba.
Al fin Gabriel salía de esa ensoñación en la que estaba sumido...
-No, claro que no. Vayan los dos, ahora. No la pierdan de vista hasta que esté bien segura-
Fue lo que dijo y se retiró sin decir más, rumbo a la posada.
---*---*---*---
A esas horas de la noche, con tan poco tiempo para la medianoche, el posadero, que dormitaba sobre su mullido sillón, da un sobresalto cuando aquel hombre entra como un ventarrón, con esas pesadas botas sonado sobre la piedra.
Aquel extranjero lo asustaba. El posadero sabía que el océano había traído a un demonio de sus profundidades.
Vio entrar al hombre de negro solo, y no quitaba sus ojos de aquella enorme espada que portaba, tal vez con sentimientos de codicia y miedo a la vez, y se preguntó en dónde estarían sus compañeros.
O sus "esbirros", como los llamaba. Porque lo vigilaban todo el tiempo.
El posadero sabía que su huésped misterioso era un criminal, y en cualquier momento alertaría a la guardia sobre su presencia.
Por ahora, solo tomaba su crucifijo y se santiguaba.
Esperaba no escuchar ruidos ni ver sombras esa noche. Porque desde que el misterioso marino italiano había llegado a su posada, cosas extrañas sucedían allí casi todas las noches.
 Porque desde que el misterioso marino italiano había llegado a su posada, cosas extrañas sucedían allí casi todas las noches
---*---*---*---
Cerró la puerta con violencia.
Aquella habitación tan fría y oscura.
Estaba molesto y no sabía por qué, sus labios ardían.
Su cuerpo también.
"Pecado, pecado" gritaban voces ancestrales, de sus muchos recuerdos.
Recordaba a su imán castigando a amigos porque pecaban. Él era muy pequeño en aquel entonces. Tenía un imán que iba a la casa a enseñar la palabra de Alá.
Toda su vida había estado confundido. No podía simplemente ignorar y creer que no existía ni religión ni cultura influyendo sobre el.
Su ley era únicamente el código pirata.
Pero eso era una gran mentira.
Había una silla junto a un escritorio, y un catre en aquella habitación. Se sentó otra vez a leer la carta de Marianne, junto a una vela consumida.
Entonces escucha un sonido, y el cuarto se enfría inexplicablemente.
El hombre levanta la mirada, y saca de un bolsillo la medalla que le había regalado ella... Era muy hermosa, observaba, no era un metal de valor, pero el trabajo y el ornamento valían mucho.
El Capitán pensó, que todo era un mismo Dios, el cristiano, el musulmán, el judío. Todo era un mismo Dios y diferentes formas de alabarlo.
-Aquí estoy ¿Qué esperas?-
Esperaba con sangre fría, la aparición del demonio, para burlarse de él, por ser un cobarde y dejarse dominar por una mujercita.
Daba vueltas a la medalla entre sus dedos. Pensando en la compasión que le demostraba Marianne, en que había alguien que se preocupaba por él.
Eso le daba fuerzas, no era un hombre vulnerable como la otra noche en el callejón.
Esperaba encontrarse con su enemigo con una sonrisa en la cara.
Esperó y esperó mientras que un viento helado sacudía las hojas sobre el escritorio, y apagaba la vela.
Pero nada ocurrió, nada apareció. Y el viento amaina, regresando el calor costeño a la habitación.
El Capitán ni se perturbó. En cambio, toma una hoja y pluma otra vez, para escribir otra carta que deberían llevar al convento a primera hora de la mañana.
El amor verdadero era algo por lo que valía la pena luchar, y podía atravesar cualquier barrera que creara la humanidad.
Creía que ese pensamiento era algo de jóvenes soñadores nada más. Y que nunca más sería tan sentimental.
Pero ahí lo estaba viviendo, a sus cuarenta y un años. Cuando muchos ya daban a la vida amorosa como terminada.
Y eso era gracias a Perla, que también lo estaba viviendo.
La medalla que tenía en su mano le había dado valor, ahora no lo dudaba.
"Escoge... o es Montenegro o soy yo"
Y no había ninguna influencia que torciera sus verdaderos pensamientos.
Tomó la pluma y escribió.
Tomó la pluma y escribió

lunes, 27 de agosto de 2018

Capítulo XLI - Entre cielo e infierno

Era como si hubiera invocado al diablo allí mismo. Pero no me atemorizaba, continuaba como un alud que no tuviera retención:
-Tienes que perdonar, Gabriel, y abandonar esa despiadada cacería que te ha consumido por once años. Por favor, solo escucha...- y entonces buscaba en mi bolsillo para sacar algo que traía para él.
El Capitán estaba perplejo ante lo último que le había dicho. Entonces yo extiendo mi mano, y ligeramente rozo la suya que aguardaba junto a la copa de vino. El Capitán abre su mano para recibir lo que le daba.
-Yo se lo regalo, porque sigo rezando por usted- con ojos ardientes, no podía ocultarle más nada- Y tengo esperanzas-
Era una medalla del Sagrado Corazón, que había guardado desde la visita de los seminaristas portugueses. Solo para él.
-Tenga fe. En verdad lo ayudará-
Gabriel no salía de su desconcierto.
Entonces sentía que no tenía más nada que hacer allí, y me puse de pie, dando la vuelta porque necesitaba huir, porque mis ojos ardían y ya no podría hablar más.
-Marianne- lo escuché llamarme pero no hice caso.
El Capitán se había parado después de mí, y me alcanza a medio recorrido. Y su fuerte mano se posaba sobre mi brazo como si fuera la mano de una doncella.
-Espera, no puedes irte así. Solo... vamos a otro lugar...-
Lo que pasaba era que no quería que me viera llorar ¡No quería! Pero la luz de las antorchas era demasiado traicionera ante un rostro demasiado descubierto.
-¿Por qué lloras?- por supuesto que ese brillo y esa rojez era lo primero que notaba- ¿Fue algo que hice?- y la angustia quebrantó su impertérrito carácter.
-No, no es eso. Solo déjame ir-
Caminé para salir, pero él me seguía.
-¡Marianne!-
Afuera respiré la cálida noche, el aire marino, y mi paso disminuye involuntariamente.
Dejo que él me alcance.
La alta figura entonces se para justo frente a mí, con una mirada profunda y serena.
-No me gusta verte llorar- dijo ante mi persona muda incapaz de hablar. Su mano grande y cruel, era blanda y suave cuando rozaban sus dedos mis mejillas para secar esas lágrimas.
Nunca lo había tenido tan cerca de mí, ni siquiera cuando sostenía su mano en aquel cuarto bajo cubierta. Ahora sentía el olor de sus ropas y el cuero de su bandolera y de su esencia masculina, y no imaginaba lo increíblemente hermoso que era eso.
Y lo que pasó no lo evité, él solo se acerca y besa mis labios húmedos sin que me moviera. Porque él tampoco había planeado eso. Solo era un instinto que no podía ser detenido.
Y no había nadie en aquella calle, solo el rumor de la taberna.
Estremecida de pies a cabeza, sin saber cómo debía actuar; mientras, él seguía allí... Unos labios enmarcados por fina barba, tan suaves que me sorprendían...
Hasta que al fin lo separo evitando que aquello avanzara, y él no se opuso porque estaba más perturbado que yo. Mis manos sobre su fuerte pecho, bajo aquella bandolera de cuero negro, y sin embargo podía sentir su corazón latiendo desbocado igual que el mío.
Pero sabía que había hecho algo enormemente imprudente.
-Lo lamento, me disculpo....- decía con la torpeza más grande que pudiera verle, y toda la arrogancia que pudiera haber en su carácter, era como si nunca hubiera existido.
-Debo irme- evadía por completo a Gabriel, sin embargo cuando intenté irme, unas últimas palabras salieron de mi boca que ardía apasionadamente, al igual que mi rostro:
-Si usted no es capaz de perdonar, no podrá ser amado-
---*---*---*---
Tal vez no lo dije claramente, que en realidad no aceptaría la propuesta del Capitán si él no desistía de su propósito de ser un criminal.
Estaba claro de que solo eran esas barreras lo que impedía que no me hubiera quedado esa noche con él.
Porque estaba completa y definitivamente dispuesta a ser de él.
Para siempre.

Capítulo XL -Esas palabras

-Ha pasado tiempo, pero no tanto como para que haya perdido la costumbre de estar con nosotros- me comentaba mientras buscaba en su chaqueta una pipa sin mostrar ninguna expresión -Parece más asustada que molesta. Creo que va a necesitar un buen trago esta noche-
-No, muchas gracias. Yo no bebo. Y no estoy molesta-
No recordaba haber visto al Capitán fumar, pero algo me decía que había retomado el hábito debido a un renovado estado nervioso.
Había una mujer muy hermosa en la barra, justo al lado de Rodolfo, y al hombre se le iban los ojos. Sin embargo, la mujer estaba allí para atender a otro. Un hombre de enorme barriga, de unos cincuenta y tantos, reía a todo pulmón con la mujer.
Obviamente que no eran gente que vería en la misa los domingos... De hecho, ¿creo que al hombre sí?
-Y eso que esta noche está todo muy tranquilo en comparación- al Capitán no se escapaban mis cavilaciones - Bueno, tranquila, pero no tema. Si la protegí mientras fue nuestra huésped, y no le pasó nada, menos le pasará algo ahora- aclaraba, con cierto tono. No intentaba disimular que aquel tema le molestaba, porque yo había aprendido a ver más allá de su rostro inexpresivo.
La gente no se imaginaba lo mucho que se aprendía en el seminario acerca de las personas, y de lo que podía haber bajo los rostros y las conductas.
  -No es eso. Lo siento- me disculpaba honestamente porque no era la manera que yo imaginaba hablarle o comportarme en mi noche rebelde. 
Pero así comenzaba nuestra conversación.
-Entiendo, no tiene que fingir. No es un lugar que le agrade, y tampoco me agrada a mí, créame- confiesa y después de una pausa agrega, como si aquello significara mucho - Yo hubiera preferido verla en aquel huerto otra vez. Pero me ha sorprendido. No sé si sabrá, pero reunirse en un sitio público es la estrategia entre enemigos-
-Bueno, no somos enemigos- hice un gesto.
-En eso confío, Perla-
No dejaba de ver a mi alrededor, intimidada por el ambiente. Apenas había escapado de mis días de penitencia, así que ni soñando iba a enfrentar al mundo así con toda seguridad.
Pero a pesar de la contradicción, necesitaba todo aquello. Así que respiraba hondo y trataba de enfocarme.
Pero para mi mente era como regresar a los primeros días de mi secuestro.
-No sé por qué no aceptaría una copa. Tengo entendido que tienen el mejor vino en su convento- Gabriel definitivamente adivinaba mi incomodidad.
-Es verdad, lo tenemos. Pero es diferente-
-¿A caso teme algo?- fumaba su pipa, indagando insistentemente, muy acostumbrado a interrogar e intimidar a todos.
-Me dijo que en su compañía no tendría nada que temer-
Una ligera sonrisa asoma en su rostro, y se veía muy cómodo estando en ese ambiente. Todo lo contrario a mí, claro.
Finalmente intento sobrellevar la situación con más naturalidad:
-Tiene razón, una copa no me vendría  mal. No me voy a embriagar-
-Bien- entonces hace una seña al tabernero, quien asombrosamente atiende como si fuera su sirviente personal. Y así el hombre traería unas copas.
-Ya le dije, yo no soy un hombre de taberna. No soy muy diferente a usted, y crecí bajo conceptos religiosos muy opuestos-
-¿Que tanto conoció el Catolicismo?-  y un tema familiar y que me apasionaba, entonaba un poco mis entrañas
-Bastante. Creo que mi madre pretendía que yo fuera Cristiano, como verá. Me creen más italiano que turco por aquí. Pero tampoco podía impedir mi herencia-
-Por supuesto. Usted es un heredero otomano-
-Lo era. Ahora no sé- 
-Capitán. Se lo dije en la carta, la vida tiene muchas bendiciones. Y usted las tiene-
Él aceptaba siempre mi honestidad. En ese momento se acerca el tabernero, con dos copas y una botella de un vino cuyo nombre desconocía.
-¿Y usted? Gusta mucho de leerme y escucharme. Pero yo no sé mucho de su vida- dice al fin, cuando el hombre se aleja. Se sirve una copa y luego sirve la otra.
-Es porque no hay nada tan interesante en mi vida. Yo soy de aquí de San Isidro, no he vivido en otro lugar nunca-
-¿Por qué nunca se casó?-
Me encogí de hombros, contemplando la copa que me servía el Capitán con intensiones de que me sintiera más cómoda.
-Yo amo a Jesús. Siempre lo hice- respondía.
Su reacción fue obvia, pero no dijo nada.
-Cuando mi madre fallece, yo no tenía lugar, ni a nadie. Fue algo natural que buscara un refugio en la casa de Dios-
-Lamento saber eso ¿Y su padre?-
-Casi no lo conocí, no supe de él hasta que... Bueno supe que había fallecido-
-Ya veo. Si no quiere recordar solo dígamelo-
Era demasiado perceptivo, aquellos ojos grises me conocían cada vez más, y hacían que la piel se me erizara.
-No, está bien-
-Su historia sí me parece interesante, porque me interesa todo de ti... Bueno, ya sabe que sí, que mi madre vive. En Italia. Pero hace más de una década que no la veo, y...- se detuvo a contemplar su copa, luego continúa -No tiene ni la más remota idea de lo que soy. En mis cartas jamás doy detalle de lo que hago, para protegerla, para que no haya nada en esas cartas que la comprometa si llegan a parar en otras manos-
-Pero apuesto que saber de usted la hace feliz, y le da motivos para vivir, Capitán-
Él simplemente se encoje de hombros.
-Todavía es joven- continuaba, con demasiada ganas de sacar todo lo que tenía dentro de mí -Todavía tiene tiempo de rectificar, porque el Señor...-
-Usted también es joven- me interrumpe.
-¿A qué se refiere?-
-Para comenzar una vida diferente-
Aparté la mirada, y los candelabros que iluminaban nuestra mesa de repente me parecieron demasiado interesantes.
-No tiene cien años, no todo está perdido- él iba por el camino que realmente deseaba tomar -No está abandonada, no es una mujer sin esperanzas cuyo único destino es estar encerrada en un convento-
-No es una prisión, Capitán, yo siempre sentí deseos de servir a Dios-
-Y lo puedes servir, de otras maneras-
Aquella conversación volvió a ponerme nerviosa. Mis manos dejaron de la lado la copa y se restregaban nerviosamente sobre la madera que separaba al Capitán de mí.
-Porque conozco de monjas, Perla. Mi madre es Católica, aunque la hayan excomulgado ella vive para Dios, y muchas monjas fueron mujeres casadas, y son monjas. Y, si me permite decirlo otra vez, usted no es una monja-
Y después de tanto tiempo cuestionando, y siempre la misma conversación, el Capitán sonaba cada vez más seguro de lo que decía.
Y esa noche no me lo tomaba a la ligera como tantas veces antes. No había mucha gente a nuestro alrededor en realidad, sin embargo me molestaba que hubieran otras personas en este mundo.
-Usted me ha enseñado a mí mucho. Piensa que yo no la escucho, pero... debo decir que desde que la vi por primera vez en la playa, yo la escucho y me importa lo que piensa-
Las manos del Capitán, allí más blancas, jóvenes y tersas de lo que me habían parecido antes, cuando estaba tirado en aquella cama, deseaban ardientemente tomar las mías. Pero yo no lo permitiría.
Las alejé de la mesa.
-Las personas necesitamos que otros vengan y nos digan en la cara las cosas para poder reaccionar. Y creo que usted lleva mucho tiempo pensando que llevar hábitos es lo que desea. Pero es posible que solo haya sido porque no tuvo otra elección. Pero si ahora a estas alturas de su vida, se le presenta al fin una oportunidad diferente...-
-No sé de que habla- mentía y otra vez el nudo en mi garganta, y sentía una necesidad imperiosa de salir de allí, de respirar el aire de la noche porque aquel ambiente me estaba sofocando -Y no creo que ese tema sea lo más importante- finalmente me impongo, porque ya era hora de que actuara, y dejara de ser tan cobarde- Lo más importante es lo que usted hace. Siempre nos vamos por las tangentes, pero ahora yo le pregunto ¿Está arrepentido de todo lo que ha hecho?-
Sus ojos centellaron terribles, pero al menos los golpes me habían enseñado a no tener miedo de las miradas del Capitán Pirata
-¿Qué he hecho que sea tan malo? ¿Justicia?- 
-Debe comprender que eso no está en manos de los hombres. Que lo que ha logrado con eso es convertirse en un asesino, y en una leyenda nefasta que...- y volteaba a mi alrededor, incrédula de lo mucho que la gente ignoraba que el monstruo de esas leyendas estaba justo allí entre ellos- cuando ellos descubran quién es, le costará la vida-
-¿Sabe? A veces quisiera que lo descubrieran y que todo acabara, porque ya estoy bastante aburrido. Llevo días por aquí, como un ciudadano común, y la verdad siento que todo lo que he hecho es para nada-
Tenía razón, tenía totalmente la razón. Qué mundo tan absurdo. La leyenda era terrible, pero ya era otra cosa diferente al barco y al hombre que con el que había vivido y estaba viviendo otra vez allí en el mundo real.
-¿Qué hay de Montenegro?- suelto, pues su tono irónico me hizo poner el dedo sobre la yaga.
El Capitán no reacciona con violencia, sino que en vez, toma su copa de vino, y su pipa reposa tranquilamente en su manos.
-Ahorita tendría casi doce años- dice, contrario a todo lo que esperaba.
Me desarmó, sin hacerlo a voluntad, me dejó sin armas. El dolor era una puñalada justo en el pecho, pero aquel hombre no daba señal alguna de debilidad.
-Lo lamento más de lo que se imagina. Imagino lo hermosa que era, por parecerse a usted y a su esposa. Muy hermosa alguien que nació del amor entre dos razas y culturas opuestas...-
-No tuvo tiempo de demostrarlo. No llegó a cumplir el primer año-
Mi alma también lo sentía, y daría lo que fuera por poder consolarlo. Y entonces el ambiente, en vez de intimidarme, ahora era cómplice.
-Ese hombre... y los que destruyeron su vida, lo pagarán. Pero eso no está en manos de usted-
-¿Y entonces qué espera que haga? No conoce lo que hubo entre Montenegro y yo-
El silencio cayó sobre mí despiadadamente, y luché para decirle lo que tenía que decirle:
-Capitán, usted debe perdonar a Montenegro-