-Ha pasado tiempo, pero no tanto como para que haya perdido la costumbre de estar con nosotros- me comentaba mientras buscaba en su chaqueta una pipa sin mostrar ninguna expresión -Parece más asustada que molesta. Creo que va a necesitar un buen trago esta noche-
-No, muchas gracias. Yo no bebo. Y no estoy molesta-
No recordaba haber visto al Capitán fumar, pero algo me decía que había retomado el hábito debido a un renovado estado nervioso.
Había una mujer muy hermosa en la barra, justo al lado de Rodolfo, y al hombre se le iban los ojos. Sin embargo, la mujer estaba allí para atender a otro. Un hombre de enorme barriga, de unos cincuenta y tantos, reía a todo pulmón con la mujer.
Obviamente que no eran gente que vería en la misa los domingos... De hecho, ¿creo que al hombre sí?
-Y eso que esta noche está todo muy tranquilo en comparación- al Capitán no se escapaban mis cavilaciones - Bueno, tranquila, pero no tema. Si la protegí mientras fue nuestra huésped, y no le pasó nada, menos le pasará algo ahora- aclaraba, con cierto tono. No intentaba disimular que aquel tema le molestaba, porque yo había aprendido a ver más allá de su rostro inexpresivo.
La gente no se imaginaba lo mucho que se aprendía en el seminario acerca de las personas, y de lo que podía haber bajo los rostros y las conductas.
-No es eso. Lo siento- me disculpaba honestamente porque no era la manera que yo imaginaba hablarle o comportarme en mi noche rebelde.
Pero así comenzaba nuestra conversación.
-Entiendo, no tiene que fingir. No es un lugar que le agrade, y tampoco me agrada a mí, créame- confiesa y después de una pausa agrega, como si aquello significara mucho - Yo hubiera preferido verla en aquel huerto otra vez. Pero me ha sorprendido. No sé si sabrá, pero reunirse en un sitio público es la estrategia entre enemigos-
-Bueno, no somos enemigos- hice un gesto.
-En eso confío, Perla-
No dejaba de ver a mi alrededor, intimidada por el ambiente. Apenas había escapado de mis días de penitencia, así que ni soñando iba a enfrentar al mundo así con toda seguridad.
Pero a pesar de la contradicción, necesitaba todo aquello. Así que respiraba hondo y trataba de enfocarme.
Pero para mi mente era como regresar a los primeros días de mi secuestro.
-No sé por qué no aceptaría una copa. Tengo entendido que tienen el mejor vino en su convento- Gabriel definitivamente adivinaba mi incomodidad.
-Es verdad, lo tenemos. Pero es diferente-
-¿A caso teme algo?- fumaba su pipa, indagando insistentemente, muy acostumbrado a interrogar e intimidar a todos.
-Me dijo que en su compañía no tendría nada que temer-
Una ligera sonrisa asoma en su rostro, y se veía muy cómodo estando en ese ambiente. Todo lo contrario a mí, claro.
Finalmente intento sobrellevar la situación con más naturalidad:
-Tiene razón, una copa no me vendría mal. No me voy a embriagar-
-Bien- entonces hace una seña al tabernero, quien asombrosamente atiende como si fuera su sirviente personal. Y así el hombre traería unas copas.
-Ya le dije, yo no soy un hombre de taberna. No soy muy diferente a usted, y crecí bajo conceptos religiosos muy opuestos-
-¿Que tanto conoció el Catolicismo?- y un tema familiar y que me apasionaba, entonaba un poco mis entrañas
-Bastante. Creo que mi madre pretendía que yo fuera Cristiano, como verá. Me creen más italiano que turco por aquí. Pero tampoco podía impedir mi herencia-
-Por supuesto. Usted es un heredero otomano-
-Lo era. Ahora no sé-
-Capitán. Se lo dije en la carta, la vida tiene muchas bendiciones. Y usted las tiene-
Él aceptaba siempre mi honestidad. En ese momento se acerca el tabernero, con dos copas y una botella de un vino cuyo nombre desconocía.
-¿Y usted? Gusta mucho de leerme y escucharme. Pero yo no sé mucho de su vida- dice al fin, cuando el hombre se aleja. Se sirve una copa y luego sirve la otra.
-Es porque no hay nada tan interesante en mi vida. Yo soy de aquí de San Isidro, no he vivido en otro lugar nunca-
-¿Por qué nunca se casó?-
Me encogí de hombros, contemplando la copa que me servía el Capitán con intensiones de que me sintiera más cómoda.
-Yo amo a Jesús. Siempre lo hice- respondía.
Su reacción fue obvia, pero no dijo nada.
-Cuando mi madre fallece, yo no tenía lugar, ni a nadie. Fue algo natural que buscara un refugio en la casa de Dios-
-Lamento saber eso ¿Y su padre?-
-Casi no lo conocí, no supe de él hasta que... Bueno supe que había fallecido-
-Ya veo. Si no quiere recordar solo dígamelo-
Era demasiado perceptivo, aquellos ojos grises me conocían cada vez más, y hacían que la piel se me erizara.
-No, está bien-
-Su historia sí me parece interesante, porque me interesa todo de ti... Bueno, ya sabe que sí, que mi madre vive. En Italia. Pero hace más de una década que no la veo, y...- se detuvo a contemplar su copa, luego continúa -No tiene ni la más remota idea de lo que soy. En mis cartas jamás doy detalle de lo que hago, para protegerla, para que no haya nada en esas cartas que la comprometa si llegan a parar en otras manos-
-Pero apuesto que saber de usted la hace feliz, y le da motivos para vivir, Capitán-
Él simplemente se encoje de hombros.
-Todavía es joven- continuaba, con demasiada ganas de sacar todo lo que tenía dentro de mí -Todavía tiene tiempo de rectificar, porque el Señor...-
-Usted también es joven- me interrumpe.
-¿A qué se refiere?-
-Para comenzar una vida diferente-
Aparté la mirada, y los candelabros que iluminaban nuestra mesa de repente me parecieron demasiado interesantes.
-No tiene cien años, no todo está perdido- él iba por el camino que realmente deseaba tomar -No está abandonada, no es una mujer sin esperanzas cuyo único destino es estar encerrada en un convento-
-No es una prisión, Capitán, yo siempre sentí deseos de servir a Dios-
-Y lo puedes servir, de otras maneras-
Aquella conversación volvió a ponerme nerviosa. Mis manos dejaron de la lado la copa y se restregaban nerviosamente sobre la madera que separaba al Capitán de mí.
-Porque conozco de monjas, Perla. Mi madre es Católica, aunque la hayan excomulgado ella vive para Dios, y muchas monjas fueron mujeres casadas, y son monjas. Y, si me permite decirlo otra vez, usted no es una monja-
Y después de tanto tiempo cuestionando, y siempre la misma conversación, el Capitán sonaba cada vez más seguro de lo que decía.
Y esa noche no me lo tomaba a la ligera como tantas veces antes. No había mucha gente a nuestro alrededor en realidad, sin embargo me molestaba que hubieran otras personas en este mundo.
-Usted me ha enseñado a mí mucho. Piensa que yo no la escucho, pero... debo decir que desde que la vi por primera vez en la playa, yo la escucho y me importa lo que piensa-
Las manos del Capitán, allí más blancas, jóvenes y tersas de lo que me habían parecido antes, cuando estaba tirado en aquella cama, deseaban ardientemente tomar las mías. Pero yo no lo permitiría.
Las alejé de la mesa.
-Las personas necesitamos que otros vengan y nos digan en la cara las cosas para poder reaccionar. Y creo que usted lleva mucho tiempo pensando que llevar hábitos es lo que desea. Pero es posible que solo haya sido porque no tuvo otra elección. Pero si ahora a estas alturas de su vida, se le presenta al fin una oportunidad diferente...-
-No sé de que habla- mentía y otra vez el nudo en mi garganta, y sentía una necesidad imperiosa de salir de allí, de respirar el aire de la noche porque aquel ambiente me estaba sofocando -Y no creo que ese tema sea lo más importante- finalmente me impongo, porque ya era hora de que actuara, y dejara de ser tan cobarde- Lo más importante es lo que usted hace. Siempre nos vamos por las tangentes, pero ahora yo le pregunto ¿Está arrepentido de todo lo que ha hecho?-
Sus ojos centellaron terribles, pero al menos los golpes me habían enseñado a no tener miedo de las miradas del Capitán Pirata
-¿Qué he hecho que sea tan malo? ¿Justicia?-
-Debe comprender que eso no está en manos de los hombres. Que lo que ha logrado con eso es convertirse en un asesino, y en una leyenda nefasta que...- y volteaba a mi alrededor, incrédula de lo mucho que la gente ignoraba que el monstruo de esas leyendas estaba justo allí entre ellos- cuando ellos descubran quién es, le costará la vida-
-¿Sabe? A veces quisiera que lo descubrieran y que todo acabara, porque ya estoy bastante aburrido. Llevo días por aquí, como un ciudadano común, y la verdad siento que todo lo que he hecho es para nada-
Tenía razón, tenía totalmente la razón. Qué mundo tan absurdo. La leyenda era terrible, pero ya era otra cosa diferente al barco y al hombre que con el que había vivido y estaba viviendo otra vez allí en el mundo real.
-¿Qué hay de Montenegro?- suelto, pues su tono irónico me hizo poner el dedo sobre la yaga.
El Capitán no reacciona con violencia, sino que en vez, toma su copa de vino, y su pipa reposa tranquilamente en su manos.
-Ahorita tendría casi doce años- dice, contrario a todo lo que esperaba.
Me desarmó, sin hacerlo a voluntad, me dejó sin armas. El dolor era una puñalada justo en el pecho, pero aquel hombre no daba señal alguna de debilidad.
-Lo lamento más de lo que se imagina. Imagino lo hermosa que era, por parecerse a usted y a su esposa. Muy hermosa alguien que nació del amor entre dos razas y culturas opuestas...-
-No tuvo tiempo de demostrarlo. No llegó a cumplir el primer año-
Mi alma también lo sentía, y daría lo que fuera por poder consolarlo. Y entonces el ambiente, en vez de intimidarme, ahora era cómplice.
-Ese hombre... y los que destruyeron su vida, lo pagarán. Pero eso no está en manos de usted-
-¿Y entonces qué espera que haga? No conoce lo que hubo entre Montenegro y yo-
El silencio cayó sobre mí despiadadamente, y luché para decirle lo que tenía que decirle:
-Capitán, usted debe perdonar a Montenegro-